¿Cuál es la situación actual de la desigualdad en la vivienda en Estados Unidos?
La desigualdad en la vivienda representa una forma de desigualdad económica en la que los individuos no tienen las mismas oportunidades de vivir en entornos seguros, libres de daños, amenazas u obstáculos que impidan su prosperidad. La escalada del coste de la vida, agravada por los efectos de la pandemia del COVID-19, ha exacerbado la inseguridad de la vivienda para millones de personas. Una encuesta nacional realizada en agosto de 2021 reveló que 3,7 millones de encuestados indicaron que era «muy probable» o «algo probable» que fueran desahuciados en los dos meses siguientes. Además, 7,7 millones de personas se declararon morosas en el pago del alquiler. Antes de la pandemia, la inseguridad en la vivienda estaba muy extendida entre muchos estadounidenses.
Los datos de una encuesta de 2019 mostraban que 37,1 millones de hogares (tanto arrendatarios como propietarios) estaban identificados como«sobrecargados de gastos», lo que significa que dedicaban más del 30% de sus ingresos a gastos de vivienda. Entre ellos, 17,6 millones de hogares se consideraban gravemente sobrecargados, destinando más del 50% de sus ingresos a la vivienda. Quienes destinan el 30% o más de sus ingresos a los gastos de vivienda tienen unos recursos mensuales mínimos para otras necesidades esenciales como alimentos, ropa, servicios públicos y atención sanitaria.
¿Qué constituye la inseguridad en la vivienda y cómo la experimentan las personas?
La idea de que la inseguridad en la vivienda equivale únicamente a la falta de hogar es un concepto erróneo que tienen muchas personas. La realidad de la inseguridad en la vivienda abarca un amplio espectro de cuestiones:
- La lucha por encontrar y mantener una vivienda asequible y segura
- Enfrentarse constantemente al riesgo de desahucio
- Recurrir a alojamientos temporales como hoteles, albergues o couch-surfing
- La presión financiera para pagar el alquiler o los servicios públicos
- Dependencia del crédito para gastos esenciales de vivienda
- Sentirse atrapado en condiciones de vida inseguras debido a alternativas limitadas
- La consecuencia última de perder el hogar o la residencia
Aunque la inseguridad en la vivienda puede afectar a cualquiera, tiene un impacto desproporcionado en los grupos marginados, como las personas de clase trabajadora no blancas, las víctimas de violencia doméstica, las personas discapacitadas, los jóvenes que han estado en hogares de acogida, los miembros de la comunidad LGBTQIA+, las familias monoparentales, los inmigrantes, las personas con baja solvencia, los ex presidiarios, las personas con enfermedades crónicas y otras personas a las que las prácticas discriminatorias han marginado sistemáticamente. Esta disparidad surge de sistemas e instituciones sociales que funcionan con prejuicios basados en estas características.
Para muchos, basta un gasto imprevisto o una emergencia para caer en la inseguridad de vivienda. La pandemia COVID-19 ejemplificó esta vulnerabilidad, cogiendo desprevenidas a numerosas personas y provocando problemas de alojamiento imprevistos. Las consecuencias económicas de la pérdida de empleos durante la pandemia obligaron a algunas supervivientes a situaciones en las que se sentían obligadas a intercambiar sexo por necesidades o a seguir viviendo con sus agresores. Más allá del riesgo de violencia sexual, las personas se han enfrentado al hacinamiento, a la necesidad de mudarse con frecuencia y a las presiones del aburguesamiento. Además, en la pandemia se dieron casos en que los caseros explotaron la situación exigiendo sexo a las mujeres vulnerables como forma de pago del alquiler.
¿Cómo afecta a las mujeres la inseguridad en la vivienda?
La inseguridad en la vivienda está profundamente entrelazada con cuestiones de racismo y normas de género, y afecta más duramente a quienes están marginados tanto por la discriminación racial como por la de género. Esta desigualdad polifacética se manifiesta de diversas formas, como prácticas de préstamo discriminatorias por parte de los bancos, acoso por parte de los propietarios, disparidades salariales y una mayor probabilidad de dependencia económica derivada de la violencia doméstica. La vivienda segura y asequible sigue estando fuera del alcance de muchos debido a estas barreras sistémicas y a la insuficiencia de las redes de seguridad social. Los casos de violencia sexual pueden provocar el desplazamiento de los hogares familiares, lo que afecta significativamente a las mujeres y a los antiguos jóvenes en acogida. En cambio, el rechazo de las familias afecta de forma desproporcionada a las personas LGBTQ+, dificultando a menudo su capacidad para conseguir una vivienda estable.
La diferencia salarial entre hombres y mujeres agrava estos problemas, ya que las mujeres, sobre todo las de color, ganan bastante menos que sus homólogos masculinos por el mismo trabajo. Esta discrepancia se pone de manifiesto en los datos del National Women’s Law Center, que muestran que las mujeres, de media, ganan 82 céntimos por cada dólar que ganan los hombres, con diferencias aún mayores para las mujeres de color. La sobrerrepresentación de las mujeres en empleos con salarios bajos limita aún más sus opciones de vivienda y aumenta su vulnerabilidad a la discriminación en los préstamos. Los estudios han demostrado que los hombres homosexuales y bisexuales ganan menos que los heterosexuales, y las mujeres transexuales se enfrentan a reducciones salariales sustanciales tras la transición, lo que disminuye su capacidad económica para conseguir una vivienda.
Además, las personas del espectro LGBTQ+ corren un mayor riesgo de sufrir violencia en situaciones de desamparo, y una parte importante de las personas transexuales sufren agresiones sexuales en los albergues. Estas terribles circunstancias a menudo atrapan a las víctimas en condiciones de vida inseguras, empleos explotadores o en la calle sin un refugio adecuado. El miedo a perder la custodia de los hijos puede paralizar a los padres solteros a la hora de buscar ayuda. Al mismo tiempo, el estrés provocado por estas afecciones afecta considerablemente al bienestar físico, mental y emocional.
¿Qué podemos hacer?
A medida que navegamos por las complejidades de la crisis de la vivienda en Estados Unidos, se hace evidente que esta cuestión está profundamente entretejida con el tejido de la desigualdad de género y racial. La cruda realidad a la que se enfrentan las mujeres, sobre todo las de comunidades marginadas, subraya la urgente necesidad de una reforma integral y un apoyo específico. El impacto desproporcionado sobre las mujeres y las personas LGBTQ+ no sólo cuestiona nuestras normas sociales, sino que también pone en tela de juicio la eficacia de nuestras actuales políticas de vivienda y sistemas de apoyo.
Por tanto, es imperativo que todos nosotros -responsables políticos, líderes comunitarios, activistas y ciudadanos- aboguemos por soluciones de vivienda inclusivas y equitativas. Esto incluye impulsar reformas políticas que aborden las causas profundas de la inseguridad en la vivienda, como la diferencia salarial entre hombres y mujeres, las prácticas discriminatorias en materia de préstamos y vivienda, y la falta de opciones de vivienda asequible. También debemos trabajar para reforzar las redes de seguridad social y los sistemas de apoyo a las personas afectadas por la violencia doméstica, la falta de vivienda y la discriminación.
Tu voz es crucial en esta lucha por la justicia en materia de vivienda. Comprométete con grupos locales y nacionales de defensa de la vivienda, apoya políticas que promuevan prácticas de vivienda justa y sensibiliza sobre las dimensiones de género de la inseguridad en la vivienda. Juntos podemos luchar por un futuro en el que todos puedan acceder a una vivienda segura, asequible y equitativa. Este derecho fundamental no debe verse comprometido por el sexo, la raza o la situación socioeconómica de cada uno. No seamos espectadores de esta crisis. Es hora de pasar a la acción, abogar por el cambio y apoyar iniciativas para desmantelar las barreras a la igualdad en materia de vivienda. El camino hacia la resolución de la crisis de la vivienda es largo y está plagado de retos. Aun así, podemos allanar el camino hacia una sociedad más justa e integradora con un esfuerzo colectivo y un compromiso inquebrantable.